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"El Último Destello de Felicitit" Parte 1

Parte 1: La Flor Marchita

En el corazón de un bosque encantado, donde los árboles susurran secretos y los ríos cantan canciones olvidadas, vivía Felicitit, un hada morada tan única como las estrellas que decoraban el cielo nocturno. Las demás hadas la miraban con curiosidad, pues Felicitit tenía una inquietud que las otras no compartían. A menudo se deslizaba entre los árboles y se detenía al borde del bosque, donde el mundo mágico se encontraba con el mundo humano.

Felicitit observaba a los humanos con una fascinación que iba más allá de la simple curiosidad. Los veía reír, llorar, y amar, y se preguntaba por qué las hadas no podían experimentar esas emociones. “¿Por qué no podemos enamorarnos?”, se preguntaba mientras contemplaba a una joven pareja que se tomaba de la mano al otro lado de la frontera invisible.

Los humanos no podían ver a las hadas; su fe en la magia se había desvanecido hacía siglos, reemplazada por preocupaciones mundanas. Pero Felicitit no se daba por vencida. Estaba decidida a encontrar a un humano que aún creyera en la magia, alguien que pudiera verla y amarla por lo que era. Así que, cada día, lanzaba una flor mágica desde el borde del bosque, esperando que alguien la encontrara y con ello, despertara su fe.

Sin embargo, cada vez que la flor cruzaba la frontera, se marchitaba al instante, perdiendo su brillo y su poder. Felicitit se sentía frustrada, pero no se rendía. Durante semanas, continuó lanzando flores, una tras otra, con la esperanza de que alguna llegara intacta al otro lado.

Un día, mientras Felicitit repetía su ritual, algo inesperado sucedió. El Gran Consejo de las Hadas, que vigilaba todos los rincones del bosque, se enteró de sus acciones. En el mundo de las hadas, el contacto con los humanos estaba estrictamente prohibido. Se consideraba un riesgo para la magia misma, pues los humanos, con su falta de fe, podían drenar el poder de las hadas.

Llamaron a Felicitit al Castillo de las Hadas, una estructura etérea hecha de luz y sombras, flotando entre las nubes del bosque. Allí, fue juzgada por romper las leyes sagradas. Su castigo fue severo: le quitaron sus alas y su magia, dejándola como una simple mortal. Además, fue desterrada del reino de las hadas y obligada a cruzar la frontera hacia el mundo humano.

Sin sus alas ni su poder, Felicitit apenas podía caminar. Con cada paso que daba, sentía cómo la esperanza la abandonaba. Finalmente, llegó al pueblo, pero ella ya no era más que una sombra de lo que había sido. La gente la miraba con desdén, pues parecía una simple vagabunda. Exhausta y débil, se desplomó en el suelo, esperando que la oscuridad la envolviera para siempre...

¿Será este el fin de Felicitit?



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