Imagínate a Frida Kahlo, como una muñeca de vestir que se revela entre cortinas de terciopelo que parecen telones de un gran teatro. Ahí está ella, impecable de pies a cabeza: con su mejor vestido, uñas perfectamente pintadas, labios rojos y mejillas sonrosadas. Su cabello, recogido en trenzas adornadas con flores, emana un perfume que casi puedes percibir. Este deslumbrante autorretrato no es solo una obra más; es un regalo lleno de misterio y pasión...
Al ver esta pintura, podrías pensar que está dedicada a su gran amor, Diego Rivera. Sin embargo, esta vez Frida tenía en mente a alguien más: León Trotski. En esos días, Frida y Diego estaban en un periodo turbulento de su relación (¿quién no estaría molesto al descubrir una aventura entre su esposo y su hermana?). Aunque su matrimonio estaba en crisis, su amistad y respeto mutuo seguían vivos. Fue así como Diego pidió a Frida que ayudara a brindar asilo político al líder soviético, quien huía de la Rusia estalinista.
El 9 de enero de 1937, Trotski y su esposa, Natalia Sedova, llegaron a la Casa Azul en Coyoacán, donde fueron recibidos por Frida y Diego. Entre Frida y Trotski surgió una breve pero apasionada relación amorosa. Y es en este contexto que Frida creó este autorretrato. ¿Un cariñoso obsequio para su amante?
En la pintura, Frida sostiene un ramo de flores y una nota que dice: "Para León Trotsky con todo cariño, dedico esta pintura, el día 7 de noviembre de 1937. Frida Kahlo. En San Ángel, México". Este mensaje nos da una pista sobre la ocasión: un regalo de cumpleaños para Trotski, coincidiendo con el vigésimo aniversario de la Revolución Rusa.
Frida aparece en un espléndido vestido tradicional mexicano, con una blusa roja, escote verde y una falda rosa plisada. Un chal marrón cubre sus hombros, sujetado justo debajo del escote con un broche adornado. Sus manos, delicadamente juntas sobre su estómago, sostienen la carta y el ramo de flores. En su oreja izquierda, un pendiente a juego con el broche brilla bajo su cabello oscuro trenzado y decorado con cintas rojas, vegetación verde y una flor rosa.
El fondo de la pintura es de un verde claro, evocador de la pulpa madura de un aguacate, mientras que dos cortinas blancas enmarcan la figura de Frida, atadas a los lados como si estuvieran revelando una escena teatral. Los colores del fondo y su atuendo no son casuales. El verde y el blanco representan la esperanza y la pureza, mientras que el rojo puede simbolizar tanto la sangre de los patriotas mexicanos como la de los trabajadores y campesinos de la Revolución Rusa, un claro guiño a Trotski.
En 1938, André Breton, el fundador del surrealismo, visitó México y quedó fascinado con Frida y su obra. Al ver este autorretrato, comentó: “En la pared del cuarto de trabajo de Trotski he admirado un autorretrato de Frida Kahlo de Rivera. Con un manto de alas de mariposa doradas, así ataviada abre una rendija en la cortina interior. Nos es dado como en los hermosos días del romanticismo alemán, asistir a la entrada en escena de una bella joven dotada con todos los poderes de la seducción”.
Este autorretrato de Frida Kahlo no es solo una pintura; es una pieza llena de amor, historia y simbolismo. Es un testimonio de su compleja relación con Diego Rivera, su breve pero intensa aventura con León Trotski y su habilidad para encapsular emociones profundas y contextos políticos en su arte. Frida, una vez más, nos deja fascinados con su talento para convertir su vida en arte.
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